martes, 5 de enero de 2010

Los pilares de la Tierra

Los Pilares de laTierra narra la construcción de una catedral en Kingsbridge, lugar ficticio de Inglaterra, en el siglo XII. Ken Follet nos transportará la Edad Media, a un fascinante mundo de reyes, damas, caballeros, pugnas feudales, castillos y ciudades amuralladas. El amor y la muerte se entrecruzan vibrantemente en este magistral tapiz cuyo centro es la construcción de una catedral gótica. La historia se inicia con el ahorcamiento público de un inocente y finaliza con la humillación de un rey. Los pilares de la Tierra es la obra de Kent Follett y construye una excepcional evocación de una época de violentas pasiones.



Si ese libro fue una de las razones de mi desaparición...
Como ven es como un gran libro, en todo sentido, es decir no encontraba la razón de prender la compu si podía estar leyendo esta historia, saber que les deparaba a cada uno de los personajes, que nueva desgracia les caería encima, cómo solucionaban el nuevo obstáculo que tenían delante, si por fin el bien ganaría sobre el bien, y si por fin todos tendrían su merecido.
Nunca me dio tanta bronca el personaje malvado, nunca me entusiasme tanto en saber si los amantes por fin conseguirían estar juntos y saber si la verdad saldría a la luz, nunca sentí tanto la pérdida de un personaje, y en definitivamente nunca me imagine que la construcción de una catedral me fuera a interesar tanto y ahora cada vez que entro a una iglesia me pongo a mirar todo y me imagino cómo es que se construían allá en la Edad Media, así como el autor lo narraba en la historia.



Jack & Aliena
Jack la esperaba en la nave de la catedral, todavía a medio construir, junto con Martha, Tommy y Sally. Por lo general, en las bodas la pareja intercambiaba sus votos en el pórtico del templo y luego entraba para oír misa. En esa ocasión, el primer intercolumnio de la nave haría las veces de pórtico. Aliena se sentía contenta de casarse en la iglesia que Jack estaba construyendo. Era algo tan vinculado a él como la ropa que vestía, como su manera de hacer el amor. Su catedral sería como él, gallarda, innovadora, alegre y distinta cuanto de cuanto se había hecho hasta entonces.
Lo miró con arrobo. Tenía treinta años. Era un hombre muy guapo, con su cabellera roja y sus brillantes ojos azules. Recordó que había sido un muchacho muy feo en quien nadie se fijaba. Él explicaba que se había enamorado de ella desde un principio, y que todavía escocía recordar cómo se habían reído todos de él porque nunca había tenido un padre. De eso casi veinte años.
Veinte años.
Tal vez no hubiera vuelto a ver nunca a Jack si no hubiese sido por el prior Philip, que en ese momento encontraba en la iglesia procedente del claustro y avanzaba sonriente por la nave. Estaba muy emocionado de poder casarlos al fin. Aliena pensó cómo lo había conocido. Recordaba con toda claridad la desesperación que había tenido que pasar para llenar aquel saco de vellones. Y recordó su intensa gratitud hacia aquel monje joven, de pelo negro que la había salvado y que le dijo Ahora tenía el pelo canoso.
La había salvado, pero luego había estado a punto de destruir su vida al obligar a Jack a elegir entre ella y la catedral. En cuestiones sobre el bien y el mal era un hombre duro, algo parecido a su padre. Sin embargo, quiso oficiar él mismo la ceremonia del casamiento.
Ellen había lanzado una maldición contra su primer enlace. Y también había tenido efecto. Aliena se sentía satisfecha. Si su matrimonio con Alfred no hubiera resultado por completo insoportable, tal vez se hallara viviendo todavía con él. Era extraño pensar en lo que podía haber sido. Le daba escalofríos, al igual que los malos sueños y las fantasías terribles. Recordó a la bonita y sensual joven árabe de Toledo que estaba enamorada de Jack. ¿Qué habría pasado si se hubiera casado con ella? Aliena hubiera llegado a Toledo con su bebé en brazos para encontrar a Jack al calor del hogar, compartiendo su cuerpo y alma con otra mujer. Se horrorizaba sólo de pensarlo.
Le escuchó musitar el padrenuestro. Ahora le parecía asombroso pensar que cuando había ido a vivir a Kingsbridge no le prestaba más atención que al gato del mercader de granos. Pero Jack sí que se había fijado en ella. Y todos esos años la había amado en secreto. ¡Qué paciente había sido! Había visto cómo la cortejaban los hijos más jóvenes de la pequeña nobleza rural, uno tras otro, y también los había visto retirarse decepcionados, ofendidos o desafiantes. Llegó a adivina, y eso demostraba lo muy inteligente que era, que a ella no se la ganaba con galanteos, así que la abordó, más bien como un amigo que como un amante, reuniéndose con ella en el bosque, contándole historias y haciendo que le amase sin que se diera cuenta. Recordó aquel primer beso, tan ligero y casual, y que, no obstante, hizo que los labios le ardieran, anhelantes, durante semanas. Recordó el segundo beso con más claridad todavía. Cada vez que escuchaba el estruendo del molino para abatanar, recordaba aquella oleada de deseo oscuro, extraño e importuno.
Un motivo de pesadumbre para ella era pensar en lo fría que se había vuelto después de aquello. Jack le había querido de manera absoluta y franca, pero ella se había sentido tan asustada que lo había rechazado prentendiendo que no le importaba. Aquello lo hirió profundamente, a pesar de que siguió queriéndola, y aunque la herida llegó a curarse, le había dejado una cicatriz, como siempre ocurre con las heridas profundas. Aliena percibía a veces esa cicatriz por la forma en que la miraba cuando se enfadaban y ella le hablaba con frialdad. Los ojos de Jack parecían decir: .
¿Tenía esa mirada cautelosa en el momento que estaba prometiendo amarla y serle fiel durante el resto de su vida? Tiene motivos más que suficientes para dudar de mí, se dijo Aliena. Me casé con Alfred. ¿Puede haber una traición mayor que esa? Pero luego la compensé con creces recorriendo media cristiandad en su busca.
Todas esas decepciones, traiciones y reconciliaciones constituían la trama de la vida matrimonial, pero Jack y ella habían pasado por todo eso antes de la boda. Ahora, al menos, se sentía segura de conocerlo. No había nada que pudiera sorprenderla. Era una forma extraña de hacer las cosas, pero a la vez mejor que pronunciar los votos antes, y empezar luego a conocer a la persona con la que se ha de compartir el resto de la vida. Claro que los sacerdotes no estarían de acuerdo. Philip sufriría una apoplejía si supiera lo que estaba pensando en esos momentos, pero era notorio que los sacerdotes sabían menos que nadie acerca del amor.
Aliena hizo sus promesas repitiendo las palabras que iba pronunciando el prior y diciéndose lo hermosa que era la que decía: Philip jamás comprendería eso.
Jack le pusó un anillo en el dedo. He estado esperando este momento durante toda mi vida, se dijo Aliena. Se miraron a los ojos. Estaba segura de que algo había cambiado en él. Comprendió que hasta entonces Jack nunca había estado realmente seguro de ella. En ese instante parecía enormemente satisfecho.
-Te quiero - dijo Jack-. Siempre te querré.
Aquélla era su promesa. El resto era religión, pero en aquel momento, al hacer su propia promesa, Aliena coprendió que ella también se había sentido insegura de él hasta ese día. Al cabo de unos instantes asistirían a la misa, y a continuación recibirían los parabienes y buenos deseos de las gentes de la ciudad. Invitarían a todos a su casa y les darían comida y cerveza. Y les harían sentirse alegres. Pero ese breve instante le pertenecía. La mirada de Jack decía: Y Aliena se dijo, en voz muy baja:
-Al fin.







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